Siempre que hay naranjas en casa, comienza el mismo ritual. Para muchos, se trata de un acto mecánico y para otros, un gesto de auto cuidado y de disfrute moderado. Para mí, es una promesa.
Pues bien, sostengo la naranja con las dos manos. La huelo, paso los dedos por todos sus poritos dilatados y me acuerdo de mi abuela paterna y la textura de sus manos cuando se ponía crema hidratante. Alzo la naranja en un gesto poético, piel con piel; y me se me olvida el civismo: empiezo a arrancar y a despellejar la cáscara, trozo a trozo, arañando, rasgando, sin seguir ninguna pauta o patrón más allá del instinto salvaje y el carácter silvestre. Se va presentando el interior disforme y caótico. Se me cuelan gotas por el dorso de la mano, corren por el brazo hasta el codo. Todo esto sin prisa, pero con determinación.
Hacía al menos diez años que no me comía una naranja entera; aunque siempre me ha gustado el sabor. Sencillamente, prefería tomar zumo y si podía ser, que me lo sirvieran directamente en algún bar, donde no hubiese cola. Beber en lugar de masticar. Cuando vivía en la gran ciudad, tomaba la inmediatez y la comodidad por norma. A veces, me comía una mandarina que fuese fácil de pelar. Una operación de menos de tres minutos.
Además, “masticar” la pulpa del zumo siempre me ha parecido muy molesto; con todos esos grumos; es, en efecto, una experiencia incontrolable; y a mí siempre me ha gustado tenerlo todo bajo control. Pero con vitaminas, eso sí, ¡tomémoslo enseguida!, no vaya a ser que se vayan volando con los vientos alisios.
Entonces, mi prima (estudiante de nutrición) me contó que las frutas es mejor comerlas enteras, (por algo así como que la fibra ayuda a asimilar el azúcar), y que la idea de beberte del tirón un zumo de siete naranjas exprimidas, sencillamente no tenía sentido. Ninguna persona se come siete naranjas de forma natural, si tiene que pelarlas. Me pareció que tenía lógica.
Pero es que me hizo pensar.
¿Cómo de acelerada vivo si (creo que) no tengo tiempo para comer una naranja entera? Sé que los diseños y avances nos facilitan la vida, y eso está bien, pero ¿es realmente necesario que alguien me pele una naranja? Por eso decidí y creé todo este melodrama alrededor de esta merienda común. Porque quiero sentirme autosuficiente, conectada con el fruto, sus pielecillas y sus semillas. Quiero poder estar cómoda con la pulpa y el desorden, con la incertidumbre. Con la imperfección.

Quiero ser yo, como persona adulta, quien desproteja ese jugo divino utilizando mis propias manos ¡qué bendición! Quiero ser yo la que compre esa naranja, quiero pisar el mismo suelo, llenarme de barro, mojarme los hombros al sol y comer con todos los sentidos.
La receta es sencilla. Es solo una naranja.
